Trofeo de la Victoria

El “Trofeo del la Victoria” son monumentos conmemorativos romanos erigidos por los vencedores, los detentadores de un "imperio", y más tarde por los propios emperadores para conmemorar sus victorias sobre los otras naciones.

Bien visibles, su conjunto figurativo se recortaba sobre un lugar en alto y siempre próximos a un importante nudo viario o una capital conquistada, tenían un efecto imponente proporcionado por las imágenes antropomórficas de lucha y muerte y victoria sobre el enemigo.

Los monumentos más importantes que se han estudiado son el Trofeo de los Alpes, mandado erigir por Augusto en La Turbie en la Provenza, el denominado Trofeo augústeo de Saint-Bertrand-de-Comminges en los Pirineos, y el Tropaeum Traiani de Adamklissi en Dacia erigido por Trajano en el siglo II.


Sin embargo existen referencias de un trofeo aún más conocido pero que por efecto de la controversia histórica su significado ha sido en parte mudado.
La victoria de Roma sobre le pueblo judío en Palestina se celebró en Jerusalén con un trofeo sobre el monte Calvario que domina la ciudad.
Este acontecimiento es descrito de manera muy diferente en función de las fuentes.

Recientes estudios sobre el Nuevo Testamento han determinado que en los evangelios no se utiliza el término crucificar según se ha entendido hasta ahora, y que literalmente se utiliza el término suspender para describir el acto de "Sacrifico Sacramental" que allí aconteció.



"No existe un castigo llamado 'crucifixión' ni tampoco existe un dispositivo para castigar llamado 'crucifijo' en todos los textos antiguos que revise, incluyendo los Evangelios", dijo Samuelsson 
Los dispositivos de suspensión, como palos o troncos, fueron usados por el mundo antiguo, en especial por los romanos; tanto como dispositivos de ejecución o para exhibir a los cadáveres de los criminales ejecutados como señal de advertencia.
"La Biblia dice que Jesucristo cargaba algo que se llamaba 'stauros' en su vía hacia el Calvario. Todo el mundo pensaba que significaba cruz, pero no sólo significa cruz, también puede significar palo", dijo Samuelsson."


La pasión del Salvador es la descripción literal de un Triunfo de la Victoria sobre la muerte y los enemigos según las categorías romanas del siglo I, d.C.

En el caso del monte Calvario la "estaca" (así se describe el madero en el Nuevo Testamento) se erige frente a la ciudad de Jerusalén y Dios, en señal de duelo, destruye el templo y derriba los muros de la ciudad.

Es sencillo reconocer la composición original del trofeo palestino en las representaciones clásicas de la historia de la pintura. Las tres figuras estudiadas en el trofeo augusto de Saint-Bertrand-de-Comminges pueden ser reconocidas en las tres figuras del Calvario.




TROFEO DEL CALVARIO


TITO COMO AUGUSTO
AR Denarius. Junio-Julio 79 d.C..
IMP T CAESAR VESPASIANVS AVG,
TR POT VIII COS VII, 
Judío cautivo bajo el trofeo de la victoria

Es esta acuñación la imagen de como el imperio celebró la caída de Jerusalén erigiendo el símbolo del Trofeo de la Victoria. 
"Judea Capta" fueron una serie de monedas conmemorativas emitidas originalmente por el emperador romano Vespasiano para celebrar la captura de Judea y la destrucción de los judíos del Templo de Jerusalén por su hijo Tito en el año 70 dC durante la Primera Revuelta Judía .


Trofeo de dioses. Cruz del Salvador



TROFEO

(Del lat. trophaeum, y este del gr. trópaion.)
1. m. Monumento, insignia o señal de una victoria.
2. m. Despojo obtenido en la guerra.
3. m. Conjunto de armas e insignias militares agrupadas con cierta simetría y visualidad.
4. m. Victoria o triunfo conseguido.

TROFEO

Un trophaeum es en la Grecia antigua, y más tarde en Roma, un monumento creado para conmemorar la victoria sobre los enemigos.
Normalmente, tiene la forma de un árbol o una estaca, a veces con un par de ramas como brazos (y durante el imperio romano, un par brazos establecidos en cruz) en la que se cuelga la armadura de un enemigo derrotado y muerto.








Trofeo de los Pirimeos


GEMMA AUGUSTEA
con el "levantado" del Trofeo en su conjunto inferior

Durante el imperio fue la imagen dedicada a un dios en acción de gracias por la victoria frente a los enemigos.
El trofeo se convierte durante el imperio romano en la misma imagen del emperador vencedor frente a los enemigos de Roma.
No es muy conocido que en la misma escultura de Augusto Primaporta existe, bajo su brazo derecho que señala el camino a occidente del imperio, un pequeño trofeo que subraya el gesto del emperador.

AUGUSTO PRIMAPORTA
TROFEO PRIMAPORTA




ESCULTURA TORSO AUGUSTO
(Victoria y Apoteosis)


TROFEO ENTRE VICTORIAS
(inferior)


APOTEOSIS DEL EMPERADOR
(superior)

Con el tiempo la coraza "suspendida" de la estaca de madera pasó a ser la del "corpus" del propio emperador, siendo representada así en la misma coraza del gobernante.


SEBASTOS
Esta imagen antropomórfica del cuerpo del emperador suspendido sobre la estaca de madera es el origen de la iconografía de San Sebastián.
Sebastián es un nombre de origen griego: Sebastos, que es la traducción directa del nombre de Augusto. Sebastián es el nombre-título del emperador Augusto en griego.



Sebastos suspendido de la estaca de madera a modo de triunfo

 

Sebastos : Augusto



La representación de Sebastos (Augusto) sobre la estaca de madera es el último paso en la evolución del icono del trofeo.


Sebastos, que muere y resucita venciendo a la muerte según su leyenda, es uno de los iconos más difundidos en el tardo-imperio europeo.
El mismo emperador que vence a la muerte que le quieren procurar sus enemigos.
Reviviendo, Sebastos se convierte en el gran trofeo de la victoria sobre la muerte y la imagen principal de los seguidores de gobierno de Roma frente a sus enemigos extranjeros.

En la actualidad los lugares de nuestras ciudades donde permanece la devoción a San Sebastián son memoria de los antiguos lugares donde se veneraba a Augusto-Sebastos.


Trofeos del Pirineo





SACRAMENTUM, PACTO SAGRADO CON ROMA Y AUGUSTO










Durante el mandato de Octavio Augusto se iniciaron una serie de acuerdos con las “naciones” vencidas, alianzas que alcanzaban el valor sagrado de un acuerdo perdurable entre los pueblos vencidos y Roma y el emperador.

Estos acuerdos sagrados entre la “nación” vencida y Roma recibieron la categoría de Sacramentum, el más importante pacto sagrado y de compromiso.

Lucio Anneo Floro, africano que vivió en Tarraco durante el mandato de Adriano, escribió sobre la campaña de las guerras cántabras resumiendo la obra de Tito Livio, quien si estuvo presente en ellas, y que ha pasado a la historia con el título de "Epítome de la Historia de Tito Livio". Reproduzco un extracto del capítulo final:

LA PAZ EN LA CALLAECIA
"Así concluyó Augusto sus empresas bélicas, así también las rebeliones de Hispania. En adelante se mantendrían leales y en paz constante, ya fuese por su propio talante, más dispuesto para las artes de la paz, ya por el plan de Augusto, que, recelando del abrigo de los montes en que se refugiaban, les ordenó que habitasen establemente las ciudades romanas, que se hallaban en la llanura y que allí residiese el consejo del pueblo y se guardase por capital.
Favorecía este designio la naturaleza del país pues toda la región en torno contenía en abundancia oro, bórax, minie y otras materias colorantes. Por ello Augusto mandó explotar el suelo. Así, trabajando penosamente bajo tierra, los astures comenzaron a conocer sus propios recursos y riquezas al buscarlas para otros."

Los textos de Tito Livio desdichadamente se han perdido en su mayor parte, pero en el de Anneo Floro podemos leer como el plan de Augusto para el mantenimiento de la paz en el territorio es claro. La paz fue el resultado de un pacto entre el emperador y los jefes indígenas, que a cambio de residir estos en las ciudades y campamentos romanos y de trabajar la población en las explotaciones mineras, Augusto otorgaba a sus interlocutores la jefatura y capitalidad del territorio.

Este tipo de pacto recibía en la antigüedad el nombre de Sacramentum; sacramento significaba pacto sagrado.
En tiempos de la república lo que se confiaba al templo para que quedase custodiado mientras se dirimía un juicio, lo llamaron sacramentum. Ese fue el primer significado; el sacramentum posteriormente derivó en promesa, juramento, compromiso. Así llamaron sacramentum al juramento militar o al compromiso que se adquiría al ser alistado. Desde el mandato de Augusto se llamó también sacramentum a cualquier género de pacto, compromiso o juramento ante los dioses.

En el año 12 a.C. se produce el nombramiento de Augusto, Príncipe de Roma, administrador de la Galia y la Tarraconensis como Pontifex Máximo de la religión de Roma, esto ocurre tras su entrada triunfal en la ciudad.
Escribe el propio Augusto en su biografía Res Gestae. "Cuando regresé de Hispania y de Galia, durante el consulado de Tiberio Nerón y Publio Quintilio [13 a.C.], tras haber llevado a cabo con todo éxito lo necesario en esas provincias, el Senado, para honrar mi vuelta, hizo consagrar, en el Campo de Marte, un altar dedicado a la Paz Augusta y encargó a los Magistrados, Pretores y Vírgenes Vestales que llevasen a cabo en él un sacrificio en cada aniversario."
Ver: RES GESTAE DIVI AUGUSTI

Augusto necesitaba mantener la paz en los territorios vencidos a toda costa, pues además de estar en juego su prestigio, necesitaba de las legiones y recursos financieros para los conflictos en Germania y contra los retios y los panonios.
Para ello envió a dos de sus hombres de confianza y que pertenecían a la orden ecuestre, su hijastro Druso y el legado Paulo Fabio Máximo, a los territorios recién apaciguados de la Galia Celta y la Callaecia a realizar acuerdos de compromiso de gobierno con los jefes indígenas de ambos territorios y completar éstos con rituales religiosos de usurpación de la imagen del dios nativo Lugh por la del propio Augusto. Ambos acuerdos tuvieron el valor de sacramentum con el pontífice máximo de Roma.


La Galia.
1 de agosto, 12 a.C.
Druso en el Festival del Lughansa, el santuario federal de las Galias en Lugdunum, constituye el Ara Augusti y en él representa a Augusto y le hace coronar ante la multitud asistente como el dios celta Lugh. El acontecimiento materializa el pacto de gobierno de los Galos con Augusto. Existen muchas referencias numismáticas del acontecimiento. En todas ellas, en el anverso figura la imagen de Augusto como hijo de Julio Cesar padre de la patria y conquistador de la Galia, y en el reverso se representa el altar de Lugdunum con dos columnas a los lados sobre las letras ROM ET AVG.


Además en el territorio de los Voconces, cercano a Lugdunum, en el santuario ya existente llamado Bosque de Lugh se suplanta éste por el nuevo nombre de Lucus Augusti, bosque sagrado de Augusto (actualmente Luc en Diois).
Ver: Luc en Diois

La Callaecia
12 a.C.
Paulo Fabio Máximo, por mandato de Augusto, concreta con los pueblos indígenas de la región el sacramentum que establece el pacto de su relación futura.

Este juramento sagrado entre Augusto y los habitantes de la Callaecia establece, tal como describe Lucio Anneo Floro, que en adelante se mantendrían leales y en paz constante, que habitarían establemente las ciudades y campamentos romanos, y que en ellas residiría el consejo del pueblo y una de ellas sería capital.
Existen referencias numismáticas de este sacramentum donde en el anverso aparece Augusto como Pontifice Máximo, y en el reverso de manera similar a Lugdunum por ser acontecimientos cronológicamente paralelos, la ofrenda sagrada a Roma y Augusto.


Es importante señalar que mientras en las monedas de Lugdunum, Augusto se presenta por su relación con Julio Cesar, héroe de la Galia, en Callaecia, en el Ara Augustae, este se presenta como Pontífice Máximo, máxima autoridad de la religión. En cada lugar como la máxima autoridad más adecuada.
Recientes hallazgos de una tabula hospitalis han permitido comprobar la existencia inicial de un conventus denominado Arae Augustae precursor de la posterior división conventual llevada a cabo por Paulo Fabio Máximo.

Para materializar dicho compromiso sagrado, Augusto ordena a su legado en Callaecia, Paulo Fabio Máximo, fundar tres nuevas ciudades y nombra a Lucus Augusti, Bosque Sagrado de Augusto, capital del territorio de la Callaecia, iniciando inmediatamente los trabajos de construcción de la nueva urbe.

La fundación de la nueva ciudad de Lucus Augusti en Callaecia tuvo un valor ritual equiparable al realizado en ese mismo año en la ciudad de Lugudunum. De esta manera Augusto reforzaba su posición sagrada frente a los pueblos de la región en Callaecia, asegurándose así su fidelidad y cooperación.

Tiberio, años más tarde y por mandato de Augusto, realiza nuevos sacramentum o pactos sagrados: primero con los los retios y los panonios en Vindobona, la actual Viena, y posteriormente en el Ara Ubiorum, la actual Colonia, con los pueblos germánicos.

Cuatro fueron los pactos sagrados que con desigual éxito realizó Augusto con los pueblos del limes del imperio para mantener unas fronteras estables. En Lyon, Lugo, Viena y Colonia.

Dice Augusto al respecto en su Res Gestae: Ensaché los límites de todas las provincias del pueblo romano fronterizas de los pueblos no sometidos a nuestro dominio. Pacifiqué las Galias, las Hispanias y la Germania, hasta donde el Océano las baña, desde Cádiz hasta la desembocadura del Elba. Mandé pacificar los Alpes, desde la región inmediata al Mar Adriático hasta el Mar Tirreno, sin hacer contra ninguno de aquellos pueblos guerra que no fuese justa.

Ver: Los 4 Sacramentos de Augusto

RES GESTAE DE AUGUSTO

Augusto, emperador y Padre de la Patria, redacta su autobiografía oficial destinada a ser expuesta públicamente y en la que enumera sus éxitos.
El texto fue descubierto en Ankara a mediados del siglo XVI bajo la forma de una extensa inscripción bilingüe latina y griega redactada sobre los muros de un templo dedicado a Roma y Augusto, si bien el original había sido grabado en bronce y expuesto públicamente en el propio Mausoleo de Augusto en Roma.

Texto que es copia de los hechos del divino Augusto, con las cuales sujetó el universo mundo al dominio del pueblo romano, y de las munificencias que hizo a la república y al pueblo de Roma, escritas en dos columnas de bronce que se hallan en Roma.

1.
A los diecinueve años de edad alcé, por decisión personal y a mis expensas, un ejército que me permitió devolver la libertad a la República, oprimida por el dominio de una bandería. Como recompensa, el Senado, mediante decretos honoríficos, me admitió en su seno, bajo el consulado de Cayo Pansa y Aulo Hirtio [43 a.C.], concediéndome el rango senatorio equivalente al de los Cónsules. Me confió la misión de velar por el bienestar público, junto con los Cónsules y en calidad de Pro-pretor. Ese mismo año, habiendo muerto ambos Cónsules en la guerra, el pueblo me nombró Cónsul y triunviro responsable de la reconstitución de la República.
2.
Proscribí a los asesinos de mi Padre, vindicando su crimen a través de un juicio legal; y cuando, más tarde, llevaron sus armas contra la República, los vencí por dos veces en campo abierto.
3.
Hice a menudo la guerra, por tierra y por mar. Guerras civiles y contra extranjeros, por todo el universo. Y, tras la victoria, concedí el perdón a cuantos ciudadanos solicitaron gracia. En cuanto a los pueblos extranjeros, preferí conservar que no destruir a quienes podían ser perdonados sin peligro [para Roma]. Unos 500.000 ciudadanos romanos prestaron sagrado juramento de devoción a mi persona. De entre ellos, algo más de 300.000, tras la conclusión de su servicio militar, fueron asentados por mí en colonias de nueva fundación o reenviados a sus municipios de origen. A todos ellos asigné tierras o dinero para recompensarlos por sus servicios de armas. Capturé 600 navíos, entre los que no cuento los que no fuesen, cuando menos, trirremes.
4.
Por dos veces recibí el honor de la ovación solemne y por tres el del triunfo curul. Recibí aclamaciones oficiales como general imperator en veintiuna ocasiones. Por todo ello el Senado me otorgó la celebración de numerosos triunfos oficiales, que decliné. Deposité en el Capitolio los laureles de mis fasces, tras haber cumplido las promesas formuladas con ocasión de cada guerra. A causa de los éxitos obtenidos por mí (o por mis lugartenientes en el mando bajo mis auspicios), tanto por tierra cuanto por mar, el Senado decretó acciones oficiales de gracias a los dioses inmortales en cincuenta y cinco ocasiones. Tales acciones de gracias sumaron, en conjunto, 890 días. En mis triunfos oficiales, ante mi carro, desfilaron [vencidos] nueve reyes o hijos de rey. Cuando escribí lo que antecede, había sido Cónsul por decimotercera vez [2 a.C.] y desempeñaba la potestad de los Tribunos de la plebe por trigesimoséptimo año.
5.
Durante el consulado de Marco Marcelo y Lucio Arruncio [22 a.C.] no acepté la magistratura de Dictador, que el Senado y el pueblo me conferían para ejercerla tanto en mi ausencia cuanto durante mi presencia [en Roma]. No quise [empero] declinar la responsabilidad de los aprovisionamientos alimentarios, en medio de una gran carestía; y de tal modo asumí su gestión que, pocos días más tarde, toda la Ciudad se hallaba desembarazada de cualquier temor y peligro, a mi sola costa y bajo mi responsabilidad. No acepté [tampoco] el consulado que entonces se me ofreció, para ese año y con carácter vitalicio.
6.
Durante el consulado de Marco Vinucio y Quinto Lucrecio [19 a.C.] y, después, bajo el de Publio y Gneo Léntulo [18 a.C.] y, en tercer lugar, durante el de Paulo Fabio Máximo y Quinto Tuberón [11 a.C.], habiendo unánimemente decidido el pueblo y el Senado que fuese yo responsable único y máximo del cuidado de las costumbres y las leyes, no quise que se me confiara una magistratura en términos que hubieran resultado contrarios a la tradición ancestral; pero las actuaciones que el Senado deseaba por entonces de mí las llevé a cabo, fundado [sólo] en mi potestad tribunicia. Y [aun] para esa misma función pedí y recibí del Senado, por cinco veces, un colega.
7.
Durante diez años consecutivos fui miembro del colegio triunviral al que se había encargado la reconstitución de la República; hasta el momento en que redacté estos sucesos, Príncipe del Senado por cuarenta años consecutivos. Fui Pontífice Máximo, augur, miembro del Colegio de los Quince encargados de las sagradas ceremonias, del Colegio de los Siete encargados de los sacros banquetes, hermano de la Cofradía Arval, sodal Titio y sacerdote fecial.
8.
Por mandato del pueblo y del Senado, durante mi quinto consulado [29 a.C.] aumenté el número de los patricios romanos. Por tres veces establecí la lista de senadores y, en mi sexto consulado [28 a.C.], llevé a cabo, con Marco Agripa como colega, el censo del pueblo. Celebré la ceremonia lustral después de que no se hubiera celebrado en cuarenta y dos años; en ella fueron censados 4.063.000 ciudadanos romanos. Durante el consulado de Cayo Censorino y Cayo Asinio [8 a.C.] llevé a cabo el censo por mí solo, en virtud de mi poder consular, en cuya lustración se contaron 4.233.000 ciudadanos romanos. Hice el censo por vez tercera, en virtud de mi poder consular y teniendo por colega a mi hijo [adoptivo], Tiberio César, en el consulado de Sexto Pompeyo y Sexto Apuleyo [14 d. C.]; con ocasión de este censo conté 4.937.000 ciudadanos romanos. Mediante nuevas leyes que propuse saqué del desuso muchos ejemplos de nuestros antepasados, decaídos ya en Roma, y yo mismo dejé a la posteridad muchas acciones como ejemplo que imitar.
9.
El Senado decretó que, cada cuatro años, Cónsules y sacerdotes ofreciesen votos por mi salud. Para cumplirlos, tanto los cuatro Colegios sacerdotales mayores cuanto los Cónsules ofrecieron frecuentemente, en vida mía, juegos públicos. Asimismo, en sus casas y en las municipalidades, todos los ciudadanos, sin excepción y unánimemente, realizaron en todo tiempo ceremonias por mi salud en toda clase de lugares sacros.
10.
El Senado hizo incluir mi nombre en el cántico de los Sacerdotes Salios y una ley prescribió que poseería, a perpetuidad y de por vida, carácter inviolable para mi persona y la potestad de los Tribunos de la plebe. Cuando el pueblo me ofreció el Pontificado Máximo, que mi Padre había ejercido, lo rehusé, para no ser elegido en lugar del Pontífice que aún vivía. No acepté ese sacerdocio sino años después, tras la muerte de quien lo ocupara con ocasión de las discordias civiles; y hubo tal concurrencia de multitud de toda Italia a los comicios que me eligieron, durante el consulado de Publio Sulpicio y Cayo Valgio [12a.C.], como no se había visto semejante en Roma.
11.
En homenaje a mi regreso y bajo el consulado de Quinto Lucrecio y Marco Vinicio [19 a.C.], el Senado consagró, cerca de la Puerta Capena, ante el templo del Honor y la Virtud, un altar a la Fortuna del [feliz] Retorno. Mandó que todos los años Pontífices y Vestales hicieran allí una ofrenda, en el aniversario de mi regreso de Siria, y llamó a ese día "de las Augustales", de acuerdo con mi nombre.
12.
El mismo año, en virtud de un senadoconsulto, parte de los Pretores y de los Tribunos de la plebe, acompañados por el Cónsul Quinto Lucrecio y por los ciudadanos más principales, salió a mi encuentro en Campania: honra que a nadie se había conferido con anterioridad Cuando regresé de Hispania y de Galia, durante el consulado de Tiberio Nerón y Publio Quintilio [13 a.C.], tras haber llevado a cabo con todo éxito lo necesario en esas provincias, el Senado, para honrar mi vuelta, hizo consagrar, en el Campo de Marte, un altar dedicado a la Paz Augusta y encargó a los magistra-dos, Pretores y Vírgenes Vestales que llevasen a cabo en él un sacrificio en cada aniversario.
13.
El templo de Jano Quirino, que nuestros ancestros deseaban permaneciese clausurado cuando en todos los dominios del pueblo romano se hubiera establecido victoriosamente la paz, tanto en tierra cuanto en mar, no había sido cerrado sino en dos ocasiones desde la fundación de la Ciudad hasta mi nacimiento; durante mi Principado, el Senado determinó, en tres ocasiones, que debía cerrarse.
14.
El Senado y el pueblo romano, queriendo honrarme, designaron Cónsules, con intención de que asumiesen la magistratura cinco años más tarde y cuando tenían quince, a mis hijos [adoptados] Cayo y Lucio Césares, a quienes, muy jóvenes, me arrebató la Fortuna Y el Senado decretó que asistiesen a sus deliberaciones desde el mismo día en que fuesen presentados en el Foro. Los Caballeros de Roma, por su parte, unánimemente los denominaron Príncipes de la Juventud y les obsequiaron los escudos ecuestres y las lanzas de plata.
15.
Pagué a la plebe de Roma 300 sestercios por cabeza, en cumplimiento del testamento de mi Padre. Y en mi propio nombre, cuando mi quinto consulado [29 a.C.], dí otros 400 (por cabeza), de mi botín de guerra. En mi décimo consulado [24 a.C.] distribuí, de nuevo, de mi propio patrimonio un congiario a la plebe de 400 sestercios por individuo. En el undécimo [23 a.C.], por doce veces repartí trigo adquirido a mis expensas. Cuando cumplí mi duodécima potestad tribunicia [11 a.C.], por vez tercera volví a repartir 400 sestercios a cada plebeyo. Nunca fueron menos de 250.000 las personas beneficiarias de estos repartos. En el año de mi decimoctava potestad tribunicia y de mi duodécimo consulado [5 a.C.] dí 60 denarios de plata por cabeza a 320.000 plebeyos de la Ciudad. Durante mi quinto consulado [29 a.C.] distribuí mil monedas, procedentes de mi botín de guerra, a cada uno de los soldados de mis ciudades coloniales militares: tal obsequio conmemorativo de mi triunfo oficial afectó a unos 120.000 hombres. Durante mi decimotercer consulado [2 a.C.] dí 60 denarios a cada ciudadano plebeyo de los que estaban inscritos en las listas de beneficiarios de las distribuciones gratuitas de grano, que fueron algo más de 200.000.
16.
Para la compra de las tierras que había asignado a mis veteranos, en mi cuarto consulado [30 a.C.] y, luego, durante el de Marco Craso y Gneo Léntulo Augur [14 a.C.], destiné una subvención a las municipalidades, cuyo monto ascendió, en Italia, a 600 millones de sestercios, más o menos, y a unos 260 en las provincias. Que se recuerde, soy el primero y único que haya hecho tal cosa entre quienes fundaron ciudades coloniales militares en Italia o en las provincias. Más tarde, bajo los consulados de Tiberio Nerón y de Gneo Pisón [7 a.C.], de Cayo Antistio y Decio Lelio [6 a.C.], de Cayo Calvisio y Lucio Pasieno [4a.C.], de Lucio Léntulo y Marco Mesala [3 a.C.] y de Lucio Caninio y Quinto Fabricio [2 a.C.], concedí recompensas en metálico a los soldados que se habían licenciado honorablemente y vuelto a sus lugares natales, asunto en el que invertí unos 400 millones de sestercios.
17.
Por cuatro veces acudí, con mi dinero, en ayuda del Tesoro público, de modo tal que entregué a sus responsables 50 millones de sestercios. Bajo el consulado de Marco Lépido y Lucio Arruncio [6 d.C.], dí de mi patrimonio 70 millones de sestercios al Tesoro militar, el cual decidí crear, con el fin de conceder recompensas a los soldados con veinte o más años de servicios.
18.
En el año en que fueron cónsules Gneo y Publio Léntulo [18 a.C.], a causa de la insuficiencia de los ingresos públicos, repartí socorros en especie a 100.000 personas y en metálico a más de 100.000, tomándolos de mis bienes y almacenes.
19.
Construí la Curia y su vestíbulo anejo, el templo de Apolo en el Palatino y sus pórticos, el templo del Divino Julio, el Lupercal, el Pórtico junto al Circo Flaminio - al que dí el nombre de Octavia, quien había construído anterior-mente otro en el mismo lugar -, el palco imperial del Circo Máximo; los templos de Júpiter Feretrio y de Júpiter Tonante, en el Capitolio; el de Quirino, los de Minerva, Juno Reina y Júpiter Libertador, en el Aventino; el templo a los Lares en la cima de la Vía Sagrada, el de los Dioses Penates en la Velia y los de la Juventud y la Gran Madre, en el Palatino.
20.
Restauré, con extraordinario gasto, el Capitolio y el Teatro de Pompeyo, sin añadir ninguna inscripción que llevase mi nombre. Reparé los acueductos que, por su vejez, se encontraban arruinados en muchos sitios. Dupliqué la capacidad del acueducto Marcio, aduciéndole una nueva fuente. Concluí el Foro Julio y la Basílica situada entre los templos de Cástor y de Saturno, obras ambas iniciadas y llevadas casi a término por mi Padre. Destruída la Basílica por un incendio, acrecí su solar e hice que se emprendiese su reconstrucción en nombre de mis hijos [adoptivos], prescribiendo a mis herederos que la concluyesen en caso de no poder hacerlo yo mismo [14 a.C.]. En mi quinto consulado [29 a.C.], bajo la autoridad del Senado, reparé en Roma ochenta y dos templos, sin dejar en el descuido a ninguno que por entonces lo necesitara. Durante el séptimo [27 a.C.], rehice la Vía Flaminia, entre Roma y Ariminio, y todos los puentes, salvo el Milvio y el Minucio.
21.
En solares de mi propiedad construí, con dinero de mi botín de guerra, el templo de Marte Vengador y el Foro de Augusto. Edifiqué el Teatro que hay cerca del templo de Apolo, en un terreno que, en gran parte, compré a particulares, y le dí el nombre de mi yerno, Marco Marcelo. En el Capitolio consagré ofrendas procedentes de mi botín de guerra a los templos del Divino Julio, de Apolo, de Vesta y de Marte Vengador, que me costaron unos 100 millones de sestercios. En mi quinto consulado [29 a.C.] devolví a los municipios y colonias de Italia 35.000 libras de oro coronario del que me había sido ofrecido por mis triunfos oficiales. Y, en adelante, cada vez que hube de recibir una aclamación oficial como 'imperator', no quise aceptar esas ofrendas de oro coronario que se me seguían ofreciendo con la misma generosidad que antaño mediante acuerdos oficiales de los municipios y las colonias.
22.
Ofrecí combates de gladiadores tres veces en mi propio nombre y cinco en el de mis hijos o nietos. En estos combates lucharon unos diez mil hombres. Ofrecí al pueblo un espectáculo de atletas, traídos de todas partes, dos veces en mi nombre y una tercera en el de mi nieto. Celebré juegos, en mi nombre, por cuatro veces y otras veintitrés en el de otros magistrados. Durante el consulado de Cayo Furnio y Cayo Silano [17 a.C.] celebré los Juegos Seculares, con Marco Agripa como colega, en mi condición de presidente del Colegio de los Quince. En mi décimotercer consulado [2 a.C.] celebré, y fui el primero que tal hizo, los juegos de Marte que, a partir de entonces, siguieron presidiendo conmigo los Cónsules, en virtud de un senadoconsulto y de una ley. Bien en mi nombre o en el de mis hijos o nietos, ofrecí, por veintiséis veces, en el circo, en el Foro o en los anfiteatros, cacerías de animales de Africa, en las que fueron muertas unas tres mil quinientas fieras.
23.
Ofrecí al pueblo el espectáculo de una naumaquia, al otro lado del Tíber, donde hoy está el Bosque Sagrado de los Césares, en un estanque excavado de 1.800 pies de largo y 1.200 de ancho. Tomaron parte en ella 30 naves, trirremes o birremes, guarnecidas con espolones, y un número aún mayor de barcos menores. A bordo de estas flotas combatieron, sin contar los remeros, unos 3.000 hombres.
24.
Tras la victoria, devolví a todos los templos de todas las ciudades de la provincia de Asia los tesoros de que se había apropiado quien guerreaba contra mí. En la Ciudad, el número de mis estatuas en plata, a pie, a caballo o en cuadriga llegó a ser de unas ochenta. Yo mismo mandé retirarlas y con su importe hice ofrendas de oro que consagré en el templo de Apolo, en mi nombre y el de quienes las habían erigido para honrarme.
25.
Liberé el mar de piratas. En la guerra de los esclavos capturé a casi 30.000 que habían escapado de sus dueños y alzádose en armas contra la República; los devolví a sus amos, para que les diesen suplicio. Italia entera me juró, por propia iniciativa, lealtad personal y me reclamó como caudillo para la guerra que victoriosamente concluí en Accio. Igual juramento me prestaron las provincias de las Galias, las Hispanias, Africa, Sicilia y Cerdeña. Entre quienes, entonces, sirvieron bajo mis enseñas, hubo más de 700 senadores, de los que 83 habían sido o serían luego Cónsules, hasta el día de hoy, y de los que 170 eran o fueron más tarde sacerdotes.
26.
Ensaché los límites de todas las provincias del pueblo romano fronterizas de los pueblos no sometidos a nuestro dominio. Pacifiqué las Galias, las Hispanias y la Germania, hasta donde el Océano las baña, desde Cádiz hasta la desembocadura del Elba. Mandé pacificar los Alpes, desde la región inmediata al Mar Adriático hasta el Mar Tirreno, sin hacer contra ninguno de aquellos pueblos guerra que no fuese justa. Mi flota, que zarpó de la desembocadura del Rin, se dirigió al este, a las fronteras de los cimbrios, tierras en que ningún romano había estado antes, ni por tierra ni por mar. Cimbrios, carides, semnones y otros pueblos germanos de esas tierras enviaron embajadores para pedir mi amistad y la del pueblo romano. Por orden mía y bajo mis auspicios dos ejércitos llegaron, casi a un tiempo, a Etiopía y a la Arabia llamada Feliz. En esos dos países y en combate abierto destruyeron a gran número de enemigos y tomaron numerosas plazas. En Etiopía se llegó hasta la ciudad de Nabata, cerca de Meroe. En Arabia, el ejército llegó hasta la ciudad de Mariba de los sabeos.
27.
Anexé Egipto a los dominios del pueblo romano. Tras la muerte del rey Artajes hubiera podido convertir en provincia la Gran Armenia; pero preferí, como nuestros mayores, confiar ese reino a Tigranes, hijo del rey Artavasdo y nieto del rey Tigranes, por mediación de Tiberio Nerón, que entonces era mi hijastro. Habiendo luego querido ese pueblo abandonarnos y rebelarse, lo sometí por medio de mi hijo Cayo y confié su gobernación a Ariobarzanes, hijo de Artabazo, rey de los medos; y, tras la muerte de aquél, a su hijo Artavasdo. Cuando éste fue asesinado, envié como rey a Tigranes, que era del linaje real de los armenios. Recuperé la totalidad de las provincias que, del otro lado del Adriático, se extienden hacia el este, así como Cirene, que estaba en su mayor parte poseída por reyes, igual que antes recuperé Sicilia y Cerdeña, invadidas en la guerra servil.
28.
Fundé ciudades militares coloniales en Africa, Sicilia, Macedonia, en ambas Hispanias, en Acaya, en Siria, en la Galia Narbonense y en Pisidia. En Italia hay veintiocho colonias fundadas bajo mis auspicios y que, ya en vida mía, se han convertido en ciudades pobladísimas y muy notorias.
29.
Recuperé muchas enseñas militares romanas, perdidas por otros jefes, de enemigos vencidos en Hispania, en Galia y de los dálmatas. Obligué a los partos a restituir los botines y las enseñas de tres ejércitos romanos y a suplicar la amistad del pueblo romano. Deposité tales enseñas en el templo de Marte Vengador.
30.
Los pueblos panonios que, antes de mi Principado, no habían visto en sus tierras a ningún ejército romano, fueron vencidos mediante la acción de Tiberio Nerón, mi hijastro y legado por entonces; los sometí al dominio del pueblo romano y amplié hasta las orillas del río Danubio las fronteras del Ilírico. Bajo mis auspicios fue vencido y destruído el ejército de los dacios, que las había transgredido. Y, después, uno de mis ejércitos, llevado al otro lado del Danubio, obligó a los pueblos dacios a acatar la voluntad del pueblo romano.
31.
Llegaron a mí con frecuencia embajadas de reyes de la India, lo que hasta entonces no se había visto bajo ningún otro jefe romano. Bastarnos, escitas, los sármatas que viven al otro lado del Dniéster y los más lejanos aún reyes de los albanos, iberos [caucásicos] y medos solicitaron nuestra amistad por medio de legaciones.
32.
En mí buscaron refugio y me suplicaron los reyes de los partos: Tirídates y, más tarde, Fraates, hijo del rey Fraates; de los medos, Artavasdes; de los adiabenos, Artaxares; de los britanos, Dumnobélauno y Tincomio; de los sicambros, Maelo; de los suevos marcomanos, (Sigime?)ro. El rey de los partos, Fraates, hijo de Orodes, envió a Italia a sus hijos y nietos, junto a mí; no por haber sido vencido en guerra, sino para suplicar nuestra amistad entregándonos, en prenda, a sus descendientes. Un grandísimo número de otros pueblos que antes nunca había tenido relaciones diplomáticas ni tratos de amistad con el pueblo romano conocieron bajo mi Principado la probidad del pueblo romano.
33.
Los pueblos de los partos y los medos recibieron de mí a sus reyes, lo que habían solicitado enviándome legaciones con sus personalidades más relevantes; los partos recibieron como rey, la primera vez, a Vonón, hijo del rey Fraates y nieto del rey Orodes; y los medos a Ariobarzanes, hijo del rey Artavasdo, nieto del rey Ariobarzanes.
34.
Durante mis consulados sexto y séptimo [28 y 27 a.C.], tras haber extinto, con los poderes absolutos que el general consenso me confiara, la guerra civil, decidí que el gobierno de la República pasara de mi arbitrio al del Senado y el pueblo romano. Por tal meritoria acción, recibí el nombre de Augusto, mediante senadoconsulto. Las columnas de mi casa fueron ornadas oficialmente con laureles; se colocó sobre su puerta una corona cívica y en la Curia Julia se depositó un escudo de oro, con una inscripción recordatoria de que el Senado y el pueblo romano me lo ofrecían a causa de mi virtud, mi clemencia, mi justicia y mi piedad. Desde entonces fui superior a todos en autoridad, pero no tuve más poderes que cualquier otro de los que fueron mis colegas en las magistraturas.
35.
Cuando ejercía mi decimotercer consulado [2 a.C.], el Senado, el Orden de los Caballeros Romanos y el pueblo romano entero me designaron Padre de la Patria y decidieron que el título había de grabarse en el vestíbulo de mi casa, en la Curia y en el Foro de Augusto y en las cuadrigas que, con ocasión de un senado consulto, se habían erigido en mi honor. Cuando escribí estas cosas estaba en el septuagesimo sexto año de mi vida.

DISCURSO DE CLAUDIO ANTE EL SENADO

En el año 48 el emperador Claudio pronuncia un discurso ante el Senado en favor de la admisión de notables procedentes de la Galia Comata como miembros de dicha institución romana. A lo largo del mismo Claudio destaca la capacidad que para integrar los extranjeros en su seno demostró Roma ya desde antiguo y los óptimos resultados de dicha política.

En el consulado de Aulo Vitelio y Lucio Vipstano cuando se trató de completar el senado, los notables de la Galia llamada Comata, que ya tiempo atrás habían conseguido la condición de federados y la ciudadanía romana, pidieron el derecho de alcanzar cargos en la Ciudad, lo que provocó muchos y variados comentarios. Ante el príncipe se enfrentaban los intereses contrapuestos: se afirmaba que Italia no estaba tan decaída que no fuera capaz de proporcionar un senado a su capital; que antaño los indígenas les habían bastado a los pueblos consanguíneos, y que no había que avergonzarse de la antigua república. Aún más, se recordaban todavía los ejemplos de virtud y de gloria que la casta romana había dado según las viejas costumbres, ¿era todavía poco el que ya los vénetos e ínsubres hubieran irrumpido en la curia, para meter ahora en ella a una tropa de extranjeros, como a un grupo de cautivos?; ¿qué honor les quedaba ya a los nobles supervivientes o a algún senador pobre del Lacio, si lo había? Decían que todo lo iban a llenar aquellos ricachones cuyos abuelos y bisabuelos, jefes de pueblos enemigos, habían destrozado a nuestros ejércitos por la violencia de las armas y habían asediado en Alesia al divino Julio. Y todo esto eran cosas recientes; pues ¿qué decir si se recordaba a quienes al pie del Capitolio y de la ciudadela de Roma habían caído a manos de aquel mismo pueblo?; que gozaran en buena hora del título de ciudadanos, pero que no pretendieran rebajar las insignias del senado y los honores de los magistrados.

El príncipe no se dejó impresionar por estos y parecidos comentarios; no sólo se pronunció al momento contra ellos, sino que además, convocando al senado, empezó a hablar en estos términos: «Mis mayores, de los que Clauso -el más antiguo-, siendo de origen sabino, fue admitido a un tiempo en la ciudadanía romana y entre las familias patricias, me exhortan a proceder con parejos criterios en el gobierno del estado, trayendo aquí a lo que de sobresaliente haya habido en cualquier lugar. En efecto, tampoco ignoro que a los Julios se los hizo venir de Alba, a los Coruncanios de Camerio, a los Porcios de Túsculo ni, por no entrar en detalles de la antigüedad, que se hizo entrar en el senado a gentes de Etruria, de Lucania y de toda Italia; que al fin se extendió ésta hasta los Alpes, para que no sólo algunos individualmente, sino también tierras y pueblos se unieran a nuestro nombre. Tuvimos entonces sólida paz interior; también gozamos de prosperidad en el extranjero cuando fueron recibidas en nuestra ciudadanía las gentes de más allá del Po, cuando, con el pretexto de nuestras legiones repartidas por el orbe de la tierra, incorporando a los provinciales más valerosos, se socorrió a nuestro fatigado imperio. ¿Acaso nos pesa que los Balbos desde Hispania y varones no menos insignes desde la Galia Narbonense hayan pasado a nosotros? Aún quedan descendientes suyos, y no nos ceden en amor a esta patria. ¿Cuál otra fue la causa de la perdición de lacedemonios y atenienses, a pesar de que estaban en la plenitud de su poder guerrero, si no el que a los vencidos los apartaban como a extranjeros? En cambio, nuestro fundador Rómulo fue tan sabio que a muchos pueblos en un mismo día los tuvo como enemigos y luego como conciudadanos. Sobre nosotros han reinado. hombres venidos de fuera; el que se encomienden magistraturas a hijos de libertos no es, como piensan muchos sin razón, algo nuevo, sino que fue práctica de nuestro viejo pueblo. Se objetará que hemos guerreado con los senones: ¡como si los volscos y los ecuos nunca hubieran desplegado sus ejércitos contra nosotros! Fuimos cautivos de los galos, pero también hubimos de entregar rehenes a los etruscos y de tolerar el yugo de los samnitas. Y con todo, si se pasa revista a todas las guerras, ninguna se terminó en tiempo más breve que la que hicimos contra los galos, y desde entonces hemos tenido una paz continua y segura. Unidos ya a nuestras costumbres, artes y parentescos, que nos traigan su oro y riquezas en lugar de disfrutarlas separados. Todas las cosas, senadores, que ahora se consideran muy antiguas fueron nuevas: los magistrados plebeyos tras los patricios, los latinos tras los plebeyos, los de los restantes pueblos de Italia tras los latinos. También esto se hará viejo, y lo que hoy apoyamos en precedentes, entre los precedentes estará algún día».

Por un decreto del senado que siguió al discurso del príncipe obtuvieron los primeros los eduos el derecho de senadores en la Ciudad. Fue ésta una concesión a su antigua alianza, ya que son los únicos de los galos que usan el título de hermanos del pueblo romano.

Tácito, Anales, XI 23-25.

DISCURSO DE HERODES AGRIPA II A LOS JUDIOS

Razonamiento que Agripa hizo a los judíos, aconsejándoles que obedeciesen a los romanos.

Pareciale a Agripa que movería envidia contra sí, si él ordenaba embajadores que fuesen a acusar delante de César a Floro; y por otra parte vela no serle cosa conveniente menospreciar a los judíos, que estaban ya movidos para hacer guerra; por tanto, convocó el pueblo en un ancho portal, y poniendo en lo alto a su hermana Berenice en la casa de los Asamoneos, porque venia ésta a dar encima de aquel portal, contra la parte más alta de la ciudad, porque el templo se juntaba con este portal con un puente que había en medio, Hízoles este razonamiento:

«No me hubiera atrevido a parecer delante de vosotros, y mucho menos aconsejaros lo necesario, si viera que estabais todos prontos y con voluntad de hacer guerra a los romanos, y que la parte mayor y mejor de todo el pueblo, no desease guardar y conservar la paz, porque de balde y superfluo pienso yo que es tratar delante del pueblo de las cosas provechosas, cuando la intención, el ánimo y el consentimiento de todos es aparejado e inclinado a seguir la peor parte; pero porque la edad hace algunos de los que estáis presentes ignorantes y sin experiencia de los males de la guerra, a otros la esperanza mal considerada de la libertad, algunos se inflaman y encienden con la avaricia, pensando que cuando todo esté confuso, con la revuelta y confusión se han de aprovechar y enriquecer, me pareció cosa muy necesaria mostraros a todos juntamente lo que me parece seros conveniente y provechoso, a fin de que los que con tal error están, se corrijan y desengañen, y por consejos malos de pocos, no perezcan también los buenos; por tanto, ruego no me sea alguno impedimento ni estorbo en lo que diré, aunque no oiga lo que su avaricia pide y desea, y los que están movidos con ánimo de rebelarse, sin que haya esperanza de poder ser revocados a otro parecer, muy bien podrán permanecer, después de mi habla y consejo, en su determinación y voluntad; pero si todos juntamente no me conceden licencia y silencio para hablar, serán causa que no me puedan oír aquellos que tanto lo desean.

"Sabido tengo haber muchos que encarecen las injurias recibidas por los gobernadores de las provincias, y levantan trágicamente con loores la libertad. Antes que yo me ponga a mirar y descubriros quiénes seáis y cuáles vosotros, y quiénes aquellos contra los cuales presumís de emprender guerra, quiero hacer una división de las causas que vosotros pensáis estar muy juntas, porque si pretendéis vengaros de los que os han injuriado, ¿qué necesidad hay de ensalzar con tan grandes loores la libertad? Y si os parece que el estar sujetos es cosa indigna que se sufra, de balde juzgo que es quejaros de los regidores, porque por muy moderados que sean con vosotros, no será por esto menos torpe y feo estar en servidumbre. Pues considerad ahora cada cosa particularmente, y conoced cuán pequeña causa y ocasión tengáis para moveros a guerra. Considerad primero los errores y faltas de los regidores: debéis saber que los poderosos han de ser honrados y no tentados con riñas e injurias; mas si queréis pesar tantos pecados tan pequeños, movéis ciertamente contra vosotros aquellos a quienes injuriáis, de tal manera, que los que antes secreta y escondidamente y con vergüenza os dañaban, son después movidos a robaros y dañaros pública y seguramente.

"No hay cosa que tanto detenga y reprima las aflicciones, corno es la paciencia y quietud de aquellos a los cuales es hecho el daño, y tanto avergüence y ponga en confusión a los que de él suelen ser causa; pues poned por caso que los enviados por regidores a las provincias son muy molestos y muy enojosos; no por eso debéis echar la culpa a los romanos, y decir que ellos os injurian, ni a César tampoco, contra quien queréis ahora mover guerra. No debéis creer que por su mandato sea malo alguno de los que os envía por gobernadores, ni pueden ver los que están en Occidente lo que se hace en Oriente, ni aun tampoco allá se puede oír ni saber fácilmente lo que por acá se trata; y así seria una cosa muy importuna moverse con pequeña causa contra tan grandes señores, pues ellos no saben las cosas de que nos quejamos.

"De los daños que nos han sido hechos, fácilmente tendremos enmienda y corrección, porque no tendrá siempre este Floro la administración de esta provincia, antes es cosa creíble que los que le sucederán serán más modestos y mejor regidos; mas la guerra, si una vez es comenzada, no es tan fácil dejarla ni tampoco sostenerla. Los que son tan sedientos de la libertad, debieran primero trabajar y proveer en guardarla y conservarla, porque la novedad de verse en servidumbre suele ser muy importuna y molesta, y por no venir a ella parece ser justa cosa emprender la guerra; pero aquel que ya una vez está sujetado y después falta, más parece, cierto, esclavo rebelde y contumaz, que no amador de libertad. Por esto se debió hacer todo lo posible por que no fueran recibidos los romanos, cuando Pompeyo comenzó a entrar en este reino y provincia.

"Nuestros antepasados y sus reyes, siendo en dineros, cuerpos y ánimos, mucho más poderosos y valerosos que vosotros, no pudieron resistir a una pequeña parte del poder y fuerza de los romanos; y vosotros, que habéis recibido esta obediencia y sujeción, casi como herencia, y sois en todas las cosas menores y para menos que fueron los que primero les obedecieron, ¿pensáis poder resistir contra todo el imperio romano?

'Tos atenienses, que por la libertad de la gente griega dieron en otro tiempo fuego a su propia patria, y persiguieron muy gloriosamente, cerca de Salamina la pequeña, a Jerjes, rey soberbísimo, huyendo con una nao, el cual por las tierras navegaba, y caminaba por los mares, cuya flota y armada a gran pena cabía en la anchura de la mar, y tenía un ejército mayor que toda Europa; los atenienses, que resistieron a tantas riquezas de Asia, ahora sirven a los romanos y les son sujetos, y aquella real ciudad de Grecia es ahora administrada por regidores romanos. Los lacedemonios también, después de tantas victorias habidas en Termópila y Platea, y después de haber Agesilao descubierto y señoreado toda el Asia, honran y reconocen a los romanos por señores. Los macedonios, que aun les parece tener delante a Filipo y a Alejandro, prometiéndoles el imperio de todo el mundo, sufren la gran mudanza de las cosas y adoran ahora aquéllos, a los cuales la fortuna se pasó y tanto favorece.

"Otras muchas gentes hay que, siendo mucho mayores y confiadas en mayor fuerza para conservar su libertad, las vemos todavía ahora reconocer y se sujetan en todo a los romanos; ¿y vosotros solos os afrentáis y no queréis estar sujetos a los romanos, cuya potencia veis cuánto domina? ¿En qué ejércitos o en qué armas os confiáis? ¿A dónde tenéis la flota y armada que pueda discurrir por el mar de los romanos? ¿A dónde están los tesoros que puedan bastar para tan grandes gastos? ¿Por ventura pensáis que movéis guerras contra los árabes o egipcios? ¿No consideráis la potencia del imperio romano? ¿No miráis para cuán poco basta vuestra fuerza? ¿No sabéis que muchas veces vuestros propios vecinos os han vencido y preso en vuestra ciudad?

"Mas la virtud y poder invencible de los romanos pasa por todo el mundo, y aun algo más han buscado de lo contenido en este mundo, porque no les basta a la parte del Oriente tener todo el Eufrates, ni a la de Septentrión el Istro o Danubio, ni les faltan por escudriñar los desiertos de Libia hacia el Mediodía, ni Gades al Occidente; mas aun además del océano buscaron otro mundo y vinieron hasta las Bretañas, que es Inglaterra, tierras antes no descubiertas ni conocidas, y allá pasaron su ejército. Pues qué, ¿sois vosotros más ricos que los galos, más fuertes que los germanos y más prudentes y sabios que los griegos? ¿Sois por ventura más que todos los del mundo? ¿Pues qué confianza os levanta contra los romanos?

»Responderá alguno, diciendo que servir es cosa muy molesta y enojosa. ¿Cuánto más molesto será esto a los griegos, que parecían tener ventaja en nobleza a todos los del universo y y poco ha que eran señores de una provincia tan grande y tan ancha, que ahora obedecen y están sujetos a seis varas que se suelen traer delante de los cónsules romanos? A otras tantas obedecen los macedonios, los cuales, por cierto más justamente que vosotros, podrían defender su libertad. ¿Pues qué diremos de quinientas ciudades que hay en el Asia? ¿Por ventura no obedecen todas a un gobernador sin gente alguna de guarnición, y están sujetos todos a una vara del cónsul romano? ¿Pues para qué me alargaré en contar y hacer mención de los heniochos, de los colchos y de los que viven en el monte Tauro? Y los bosforanos, las naciones que habitan en la costa del mar del Ponto y las gentes meóticas, las cuales en otro tiempo ningún señor conocían aunque fuese natural, y ahora están sujetos a tres mil soldados, y cuarenta galeras guardan pacifica la mar que no solía ser antes navegable. Pues, cuán grande y cuán poderosa era Bitinia y Capadocia, y la gente de Panfilia, la de Lidia y la de Cilicia. ¿Cuántas cosas podrían todas hacer por su libertad? Ahora las vemos que pagan sus tributos todas, sin que fuerza de armas les obligue a ello.

»Pues ¿y los de Tracia? Estos poseen una provincia que apenas se puede andar la anchura en cinco días, y en siete lo que tiene de largo; tierra más áspera y fuerte que la vuestra, la cual detiene los que allá pasan con el hielo tan grande; ahora obedecen a los romanos con dos mil hombres que hay allá de guarnición. Después de éstos, los de Dalmacia y los ¡líricos, que viven junto al Istro, también están sujetos con solas dos compañías de soldados que están allá, con las cuales se defienden de los de Dacia: pues los mismos de Dalmacia, que trabajaron tanto por guardar y conservar su libertad siendo muchas veces presos, se rebelaron una vez con muy gran furia, y ahora viven reposados en sujeción de una legión de romanos.

»Pero sí algunos había que tuviesen causas y razones para moverse a defender su libertad, eran los galos, por estar naturalmente proveídos de tantos amparos y defensas, porque por la parte del Oriente tienen los Alpes, por la de Septentrión tienen el rio Rhin, por la del Mediodía los montes Pirineos, y por la parte occidental el ancho Océano; pero con toda esta defensa, y siendo tan populosa, que tiene trescientas quince naciones diversas en si, y siendo tan abundosa de fuentes que casi la riegan toda, lo cual es gran felicidad doméstica, todavía están sujetos a los romanos y les pagan pechos, y tienen puesta toda su dicha y prosperidad en la de los romanos, no por flojedad de ánimos ni por falta de nobleza de linaje, pues han peleado y hecho guerra por la libertad más de ochenta años; pero maravillados de la fuerza de esta gente y de la fortuna y prosperidad de los romanos, los han temido, porque con ella han muchas veces alcanzado mucho más que no con las guerras, y. finalmente, están sujetos a mil doscientos soldados, teniendo casi mayor número de ciudades.

»Ni a los iberos pudo bastar el oro que les nace en los ni las guerras que hacían por su libertad, ni les en tan apartada de Roma por tierra y por mar, como eran los lusitanos y belicosos cántabros, ni la vecindad del mar Océano, que aun a los que moran cerca de él es terrible y espantoso con sus bramidos; los romanos pusieron a todos en su sujeción, alargando las armas y extendiendo su poder más allá de las columnas de Hércules: pasaron cual nubes por las alturas de los Piríneos, los cuales sujetaron a su imperio. Y de esta manera a gente tan belicosa y tan apartada, según arriba dijimos, les basta ahora una legión para tenerlos domados.

»¿Quién de vosotros no ha oído hablar de la muchedumbre de los germanos? La fortaleza y grandor de sus cuerpos, según pienso, todos la habéis visto muchas veces, porque los romanos los tienen en todas partes cautivos, los cuales poseen unas regiones tan espaciosas y grandes, y tienen mayores ánimos que los cuerpos, y no temen la muerte, y son más vehementes en la ira e indignación que las bestias fieras; todavía tienen ahora el Rhin por término, y son domados por ocho legiones de romanos; y los que están presos y sirven como esclavos, y toda la otra gente pone su salud en la huida y no en las armas. Considerad, pues, también ahora los muros de los britanos, vosotros que tanto confiáis en los de Jerusalén. Aquéllos están rodeados con el océano, y su tierra es casi tan grande como la nuestra; y los romanos con sus navegaciones los han sujetado, y cuatro legiones de gente romana guardan y tienen en paz una isla de tanta grandeza.

»Pero ¿qué necesidad hay de más palabras, pues vemos que los partos, gente tan belicosa y que mandaba antes a tantos pueblos, abundosos de tantas riquezas, envían ahora rehenes a los romanos, y vemos que toda la principal nobleza del oriente sirve ahora en Italia con nombre y muestras de paz?

»Pues que todos los que viven debajo del cielo temen y honran las armas de los romanos, ¿queréis vosotros solos ha­cerles guerra? ¿No consideraréis el fin que han tenido los cartagineses, los cuales, glori5ndose con aquel gran Aníbal, y descendiendo ellos de la generación y cepa de los de Fe­nicia, fueron todos vencidos y derribados por Escipión?

»Ni los cireneos descendiendo de Lacedemón; ni los marmaridas, cuyo poder se ensanchaba hasta aquellos desiertos solos y secos; ni los terribles y valerosos sirtas, los nasamones y mauros, ni la muchedumbre del pueblo de Numidia impidieron ni estorbaron el poder y virtud de los romanos.

»Mas la tercera parte del mundo, en la cual hay tantas naciones que no se podrían ligeramente contar, rque desde el mar Atlántico y las columnas de Hércules hasta el mar Bermejo, en diversos lugares hay infinito número de etiopes, todavía la tomaron toda por armas; y además del trigo y provisión que cada año envían a los romanos, pagan también otro tributo, y sirven de voluntad con otros gastos al imperio: no tienen por cosa de afrenta hacer cuanto la es mandado, como vosotros, y no hay con todos ellos más de una legión romana.

»Pero ¿qué necesidad hay de tomar ejemplos tan de lejos para declarar la potencia de los romanos? Podéisla ver y conocer claramente con ejemplo de Egipto vecina vuestra, porque alargándose esta tierra hasta la Etiopía y hasta la fértil y feliz Arabia, y siendo también cercana a la India, pues confina con ella, teniendo setecientos cincuenta millones de gentes, sin el pueblo de Alejandría, paga muy de voluntad sus tributos, la cantidad de los cuales fácilmente se puede estimar por el número de la gente; y no se afrentan ni se tienen por indignos de estar sujetos al imperio romano, aunque sea incitada a rebelión de Alejandría, abundosa de gentes y riquezas, y no menor en grandeza, porque tiene de largo treinta estadios, y de ancho no menos de diez; paga mes que pagáis vosotros cada año, y además del dinero provee de pan a los romanos por espacio de cuatro meses. Está fortalecida por todas partes, o de desierto nunca andado, o de mar adonde no se puede tomar puerto, o de rios y lagunas; mas ninguna cosa de éstas fué tan fuerte como a fortuna de los romanos, porque dos legiones que quedan en la ciudad refrenan a Egipto y a toda la nobleza de Macedonia.

»¿Pues a quiénes tomaréis por compañeros para la guerra? Todos los que viven en el mundo habitable son romanos, o a ellos sujetos, si no es que alguno de vosotros extienda sus esperanzas más allá del Eufrates, y piense que la gente de los adiabenos, por ser de su parentesco, le ha de venir a ayudar. Mas éstos no querrán por una cosa sin razón envolverse en una guerra tan grande; y aunque quisiesen hacer cosa tan afrentosa, no se lo consentirían los partos, porque cuidan de guardar la amistad que tienen con los romanos, y pensarán ser rota la confederación si alguno de los que están sujetos a su imperio y mando intentaba guerra contra los romanos. Pues no hay otra ayuda ni socorro sino el de Dios; mas a éste también le tienen los romanos, porque sin ayuda particular suya, imposible sería que ‑imperio tal y tan grande permaneciese y se conservase.

"Considerad también cuán difícil cosa será en la guerra guardar bien vuestra religión, a que tanta afición tenéis, aunque tuvieseis guerra con hombres de mucho menos poder que vosotros, y que traspasándola ofendéis a Dios, pensando que por ella os ha de ayudar; porque si queréis, según la costumbre, guardar los sábados sin daros a alguna obra, seréis fácilmente presos. Así lo han experimentado vuestros antepasados cuando Pompeyo trabajó por pelear principalmente en estos días, en los cuales los que eran acometidos estaban en reposo. Y si en la guerra quebrantáis la ley de vuestra patria, no sé por qué peleáis por lo que resta. Vuestro intento ahora no es más que hacer que no sean quebrantadas las leyes de vuestra patria. ¿De qué manera, pues, osaréis llamar e invocar a Dios que os ayude, si violáis de vuestra voluntad la honra que todos le debéis tan debidamente? Todos los que emprenden hacer guerra o confían en el socorro y ayuda de Dios, o en el poder y fuerzas humanas, cuando ambas cosas para acabar les faltan, los que quieren pelear, sin duda van a caer en manifiesto cautiverio por su propia voluntad. ¿Pues quién os vedará que no despedacéis vuestros propios hijos y mujeres con vuestras propias manos, y que no deis fuego y abraséis a vuestra patria tan querida y tan amada?.

»Lo menos que ganaréis, si ponéis por obra tal locura, será la afrenta y daño que suele suceder a los vencidos. Más vale, ¡oh amados amigos míos! y es mejor guardarse de la tempestad que está por venir, entretanto ¡que la nao está en el puerto, que no temblar cuando ya estáis en trabajo en medio de la tempestad; porque los que caen en males sin pensarlos y sin proveerse para ello, parecen dignos algún tanto que de ellos se tenga lástima y compasión; pero los que se echan en peligros manifiestos, dignos son de toda reprensión e injuria. Si ya no piensa por ventura alguno de vosotros que los romanos se atarán a pactos y condiciones peleando, o que se moderarán saliendo vencedores, y que, por dar ejemplo a todas las naciones, no pondrán fuego en esta ciudad sagrada, y darán muerte a toda la generación de los judíos; que quedaréis vivos después de esta guerra, no tendréis algún lugar adonde recogeros: teniendo ya los romanos a todas las naciones y gentes sujetas a su imperio, o teniendo todas las demás miedo muy grande de quedarles sujetas.

»Y no estaréis vosotros solos en peligro, mas también todos los judíos que viven en las otras ciudades, porque no hay pueblo en todo el universo adonde no haya algunos de vuestra gente; los cuales todos, sin duda, si vosotros os rebelarais, por muerte muy cruel serán acabados; y por consejos malos de muy pocos hombres, serán bañadas todas las ciudades con sangre de los judíos. Los que tal hicieren, quedarán excusados, por ser a ello por vuestra falta forzados; y aunque dejaran de ejecutar tal cosa, poneos a considerar cuan impía cosa sea mover guerra contra gente tan benigna.

»Tened, pues, compasión y misericordia; si no la tuviereis de vuestros hijos y mujeres, a lo menos de esta ciudad que se llama la madre de las ciudades de vuestra región. Conservad los muros sagrados y los santos lugares, y guardad para vosotros el templo y Santa sanctorum, porque venciendo los romanos, no dejarán de poner mano en todo esto, pues que no les ha sido agradecido lo que la primera vez les han conservado.

»Yo protesto a todas cuantas cosas tenéis santas y sagradas, y a todos los ángeles de Dios y a la común patria de todos, que no os he dejado de aconsejar todo lo que me pareció seros conveniente. Si vosotros determinarais lo que es justo y razonable, tendréis paz y amistad conmigo; pero si estáis pertinaces en vuestra saña y determináis pasar adelante, sin mí os pondréis a todo peligro.»

Libro II de La Guerra de los Judíos. Flavio Josefo

LOS SACRAMENTOS DE AUGUSTO



Describe Augusto en su Res Gestae los elementos del altar:
Las columnas de mi santuario fueron ornadas oficialmente con laureles; se colocó sobre su puerta una corona cívica y en la Curia Julia se depositó escudo de oro, con inscripción recordatoria de que el Senado y el pueblo romano me lo ofrecían a causa de mi virtud, mi clemencia, mi justicia y mi piedad.
Cuatro fueron los pactos sagrados que con desigual éxito realizó Augusto con los pueblos del limes del imperio para mantener unas fronteras estables.
En Lyon, Lugo, Viena y Colonia.



Augusto mandó acuñar entre el año 12 a.C. y el 14 d.C. monedas conmemorativas de los cuatro pactos. Se cree que las monedas se acuñaron en la ceca de Lugdunum.